jueves, 21 de abril de 2011

Un Breve Cuento de Terror I

Era uno de esos hombres, cuyo rostro afable, a penas y era notado por quiénes transitaban el lugar. Su posición era simétrica, sentado en un simple banco, que lucía destartalado y gris. Otros estaban frente a él, esperando el bus con sus luces rojas y amarillas que se veían venir en plena noche de abril. Sacó un cigarrillo del bolsillo y miró su aspecto usado. Lamentó no tener uno nuevo, aunque recordaba claramente lo que le había dicho el doctor hace unos años “naturalmente, señor usted si quiere vivir, debe dejar de fumar”. Había cumplido con ello, por lo menos en gran parte, porque en su boca sólo se paseaba una vez por semana un cigarrillo.


Una figura rodeó a quienes esperaban impacientes la camioneta, llevaba un sombrero viejo, negro como de vaquero. Se acercó al señor que esperaba sentado. “Hace días que no llueve” dijo con una voz melodiosa. De esas que parecen extrañas al oído, porque hipnotizan. “Hace tiempo que no llueve” repitió, con un aire de importancia. “Sí, es cierto” contestó por fin el señor mirándolo con desconfianza. “¿Y usted, qué espera, el bus?” dijo curioso el hombre del sombrero. “No, espero, la razón”. Dijo desconcertado el señor, no esperaba más comunicación.


“La razón no está hecha para los hombres, sólo la locura y la muerta le asientan, como el anillo dorado en los dedos de la novia” Observó el hombre del sombrero. El señor le observó por primera vez al rostro, y detalló que en él no se atisbaba ni la más mínima impresión, era como de cera, en perfecto estado, con un rostro angelical, y suaves risos dorados que sobresalían en su frente, su altura y porte eran desconcertantes, sin duda alguna, se imaginó que era alguien importante. “Es un poco brusco lo que dice” dijo el señor, mirando a los ojos azules del hombre. “Permítame decirle que la razón siempre ha pertenecido al hombre, porque si no fuese así ¿Dónde queda la ciencia?”. Apunto el señor, sabiendo que sus palabras necesitarían una refutable observación para contradecirlas.


“Sí, tiene razón”. Tan simple frase había objetado el hombre del sombrero. Miró con atención a una mujer regordeta que cruzaba la calle en dirección a la parada del bus. “Sin embargo, no hay razones cuando de la muerte se trata, cuando del cielo y del infierno se habla”. La mujer inesperadamente fue atropellada, el espíritu se elevó de su cuerpo, una sombra negra lo arrastró hacia la oscuridad. Nadie se percató de ello, sólo observaban el cuerpo inerte a unos metros del bus. El señor, sin embargo, había observado todo. Se puso de pie y vio al hombre del sombrero, una ligera sonrisa adornaba su rostro. “Cuéntame anciano, qué harás” miró curioso al señor que se paraba del banco de espera. “Iré a mi casa, encenderé las luces y esperaré el juicio”.


El anciano se colocó una bufanda alrededor del cuello, sacó su billetera, y a un mendigo que llevaba unos simples cartones como vestimenta, le dio todo el dinero que tenía, excepto lo suficiente para pagar un taxi que pasaba y el cual abordó. El hombre del sombrero observó detenidamente al señor subir en el auto. Y con una sonrisa le siguió.


Unos minutos después el señor estaba en su casa. La Luz era escasa, por alguna extraña razón no encendían todas las luces, el anciano trató un par de veces con los interruptores de la sala, pero parecía que no funcionaban. Fue a la cocina y buscó una linterna. Sin previo aviso escuchó unos pasos en la parte superior. Notó entonces que el televisor grande ya no estaba. De pronto, con fuerza sintió un manotazo que lo desmayó.


Habíase levantado y veía como el hombre del sombrero reía curiosamente. Miró alrededor y vio algo en el piso, el cadáver de un anciano, se acercó más el señor, y vio que sus pocos cabellos formaban parte del cráneo del muerto. “Como vez no hay ningún juicio, yo he venido y nadie más. Es que eres inútil hombre, como bien sabes, el daño causado es irreparable, ven y te mostraré el camino nuevo que afrontas, témeme y teme, porque ya no te queda más”.

FIN.

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